viernes, 25 de agosto de 2017

Animales de la noche




La luz del celular inunda la pieza y yo estoy borracho, de nuevo. Nunca el predictivo me soltó tanto la mano como hoy, NUNCA. Te juro que no estoy escribiendo otra vez en noruego. Te juro que estoy haciendo todo lo que puedo. Simplemente estoy borracho, pensando en vos. Cuando dije “recemos de nuevo” en realidad quería decirte algo así como “rajemos del mundo”. Sí. Rajemos del mundo, vos y yo. Por más loco e inoportuno que suene en este momento. Y no me estoy refiriendo a esa idea romántica que me afané de una canción de los Redondos, sino al “vos y yo”. Eso sí que es constante pintura fresca en las paredes de todo lo que recuerdo.
Quisiera que esta última birra de la noche y del mundo, sea con vos y con DeMarco. Respirando el mismo aire, soportando el mismo bochorno de vernos ebrios y extraños, tratando de despegar la boca con palabras lindas que siempre nos decimos. Quisiera que estemos sentados en una esquina, contemplando cómo un patrullero se prende fuego en cámara lenta. Que nos miremos de reojo. Que sonriamos en clave, de una manera hermosa y muy privada. Muy nuestra.
Me acuerdo de la vez que hablamos de un Top 10 de recitales. De las canciones que podrían formar parte de una playlist interminable sin saltear ni un solo tema. Un play y ya. Así. Como un tiro en medio de la noche. Al aire y porque sí. Me acuerdo que hablamos de lo que nos pincha y desarma, de todo eso que nos hace inmensamente felices. Hablamos del color que tienen nuestros recuerdos puertas adentro. En stereo y blanco y negro, mis postales preferidas:

Carter buscando la sonrisa cómplice de Dave en #41. Nuestro abrazo, beso y medalla en Ants Marching. El solo imposible a 2 guitarras de Mayer en Gravity. Los casi 5 minutos que mantuve apretado el botón para hacerte llegar una nota de voz con Wish You Were Here. Un Luna estallado mientras Mollo soplaba las velitas de su cumple número 60. Las, por lo menos, 15 pibas iguales a vos que vi mientras sonaba Shofukan en Niceto. Mi grito pelado y agónico del “pensando en vos siempre, siempre extrañándote” en Olavarría. El último D.I.E.T.R.I.C.H. al que te invité y no fuiste. Ese verso de Pez que es como el balcón de la que supo ser tu casa.

Mejor te dejo de escribir. Mejor dejo de caminar en círculos por mi casa mientras el “escribiendo…” se hace eterno y reverberante como una anaconda que crece en mi departamento y se traga los muebles, las palabras y mi dignidad.
Quisiera inventar un mecanismo para que lo mejor de mí te llegue de la manera más simple posible. Sin intermediarios. Sin porcentajes descontados. Sin burocracia ni figuritas repetidas. Sin predictivos haciendo bien su trabajo.
No sé bien qué es lo que te quería decir, pero ya ves que te estoy diciendo un montón. Con palabras mal escritas y borrachas, con puros cuervos de un pasado que no quiero soltar.
Ojalá la vida nos deje más frases para la remera y menos gilada por la que llorar.
Ojalá todo fuera tan fácil como la emoción, como andar en bici, como una canción de Él Mató.

En algo nos parecemos...
Somos animales de la noche. Heridos y solos, pidiendo atención y calor. Jugando al camuflaje, repletos de miedo.

Somos animales de la noche, aullándole a la luna en la pantalla de un celular.

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