lunes, 25 de enero de 2010

de un todo deforme y titánico (un fragmento)


a continuación, un breve y verborrágico fragmento de algo que tomará dimensiones deformes y titánicas . el amor de un miércoles se merece un hondo y hermoso análisis . esta sucesión de hechos y milagros literarios, me ha llevado a niveles profundos de pensamiento . creo estar en este mundo para maravillarme y observar cada detalle hasta el hartazgo . mi misión es emocionar, sin lugar a dudas . hemos venido al mundo para ser cautivados .






dedicado este fragmento
a mi hermano de luz y de vida, León

otro campeón de amor, un psicohéroe




(...) Salir a la calle y tener la sensación de haber abandonado el cuerpo en esa silla del bar que está sujeta al mundo por la única razón de ser el lugar de privilegio desde el cual se aprecia la vida, tal como se la conoce, por última vez. El último lugar, vestigio de tempestades, de mozas corriendo entre las mesas a la velocidad de la luz, siendo ellas el único faro en la oscuridad de los corazones que allí se acurrucan. Esa silla, el lugar predilecto por el esqueleto de sensaciones que abandono en este preciso momento en posición eterna y febril a la espera de una chance, de un nanosegundo mal cronometrado para ser equivalente a una eternidad en la que la falta de almanaques y sus respectivos días puede ser algo más que una buena noticia. Una luz de fuego se congela sobre esa silla donde la nada o algo parecido al aire que ocupé hace segundos, se petrifica para siempre en dirección a la rubiecita que no hace otra cosa más que reírse y revolear los ojos en todas las direcciones posibles, incluso la mía. La noche se filtra por entre los pliegues de los cuerpos, el humo del cigarrillo y la música, mezcla de sudor y vértigo acumulado, empapa desde el cielorraso con una lluvia de angelitos culones con buena puntería. Ya no sé qué formas toman las palabras de mis amigos que hace un rato me hablaban de pibas de paso, de camaleónicos amores, ya no sé por qué todo alrededor se derrite de una forma un tanto tétrica y faraónica y sólo sobrevivimos a este cóctel surreal la rubiecita y yo. Y ella habla con su amiga, la de los tatuajes, donde dos golondrinas de bellos colores recorren su cuerpo desde el hombro hasta la cintura ida y vuelta, jugando al éxodo fácil y de cabotaje, mientras su sonrisa de dientes blancos y perfectos sirven de espejo para el rostro de la rubiecita, de quien sólo conozco el lado derecho de su cara. Mueve sus manos al compás de la matemática del amor. Yo sé que uno más uno da como resultado nosotros dos y me importa un carajo que el infinito nos abarque enteramente o que los agujeros negros resulten ser ecuaciones imposibles de conjuntos imposibles. No me importan los números y sus exactos caminos mientras ella sea capaz de mover sus manos describiendo círculos invisibles y engañosos, como llamando a la vida por su verdadero nombre o invitándome en un lenguaje corporal y antiguo a que le devore las ganas de quedarnos con las ganas. Este bar se cae a pedazos mientras ella, en silencio, habla con su amiga tatuada, mientras ríen, mientras trazan estrategias sobre cómo enamorar a los descuidados. En su mesa, no sólo está la chica de los tatuajes, también hay una pareja que en este momento no recuerdo bien porque elegí no mirarlos. Por momentos, la moza más alta de este bar, se sienta junto a ellas dos. Tiene un pañuelo en la cabeza, como un continente de estrellas y constelaciones, milagro cósmico que quizás le permite levitar en el aire mientras se acerca a las mesas para luego, en la velocidad de un estornudo, perderse en la cocina. Luego de atender mi mesa, se dispara apenas dos metros más allá, donde está la mesa de la rubiecita, capital de atención de este bar. Hablan, conversan, se seducen, se odian, se aman profundamente, quizás sean amigas o amantes, o quizás hermanas gemelas de alma y corazón, no todo pasa por el cuerpo y sus coincidencias genéticas. Pierdo mis ojos en el fondo de mi vaso, busco una señal, una frase que me dé valor. Ella sabe que la miro, que la estoy copiando con los ojos sobre la pared de mi corazón. Ella sabe que dentro mío hay un mar enfurecido donde pequeñas barcazas se hamacan sin cansancio sobre el oleaje que el Dios Poseidón ha predestinado para este pobre tipo, víctima de nombres repetidos e historias viejas. Las barcazas, arrojadas al paño de mi vida como dados, no son más que un puñado de mujeres que en este preciso momento también deben estar venerando mi figura hasta el espanto. Mujeres que opté por detallar brevemente a mis amigos esta noche, cuando preguntaron por mis amores y mis imposibles. Yo sé que no debo nombrarlas dentro mío cuando la noche se hace grande y las cervezas se hacen repetidas y doradas, aliadas de la lengua fácil y la nostalgia. Yo sé que debo guardar bajo celosas llaves el hoy por hoy que nos encierra en encrucijadas que tomamos por elección, por ser tontos y no saber amarnos.

La rubiecita me mira con tristeza y esboza una mueca parecida a una sonrisa, puede ser de dolor o de pena, no lo sé. Ella sabe que puede provocar un cataclismo de un momento a otro. Pueden ser millones los muertos, incalculables las perdidas y las consecuencias. Con que sólo una vida se modifique, ya es un remolino imparable de catástrofes. Lo hace. Mientras su flequillo inmutable se balancea sobre el cenit de sus ojos, hace un rápido movimiento, como dedicándomelo en secreto, o quizás a viva voz, pero para mi en ese momento, cualquier hilo de comunicación con el universo de la rubiecita era ínfimo, secreto, fatal. Deslizó sus manos por debajo de la mesa sin quitar la vista de los ojos de la chica de los tatuajes, tomó su calzado y lo abandonó a su suerte, dejó a sus pies huérfanos de un refugio seguro y elegante, se entregó a la vida por completo, como tirándose a una pileta llena y dio así con mi muerte en una especie de pirueta aplaudida y totalmente ovacionada. Todo eso duró un segundo, el segundo más largo y hermoso de mi vida. Dejó al descubierto su piel de luna y develó al oráculo el secreto de sus pies perfectos. Se descalzó en pleno bar y puedo jurar que nadie más lo notó. Nadie más se percató de tal detalle glorioso que terminó por desacelerar mi agonía y le dio a mi sangre un papel protagónico en medio de la muchedumbre. Mis amigos reían y brindaban mientras dos chicas de espesor evidente me miraban desde la mesa de atrás. Y yo ahí, perfectamente clavado al milagro del amor en un barcito de Ciudad de la Paz, un miércoles a las 2 de la mañana. No me importaba nada más (...)


continuará...




domingo, 3 de enero de 2010

cosas más simples






necesitaba ser sincero

regalarte un edificio entero

para que corramos esos 15 pisos por escalera

cuantas veces quisiéramos

que podamos subirle el volumen al sol

regarle azucenas a tus manos

dormirnos electrocutados y felices

deseando que la vida sólo se ocupe de ser vida

y nosotros de vivirla

necesitaba ser sincero

hablarte sobre infusiones y animales de nombres raros

confesarte que no tengo un poeta preferido

y que nada me hace tan feliz

como saber que al mar alguna vez

le regalaste mi nombre

o que vayamos a andar en bici, ponele

si

cosas más simples

como esa

como esta tarde que no quiero que termine

como una foto tuya con tu expresión infinita

cuando te dije que esta tarde no quería que termine


cosas más simples

relojes de aire

para no contar la arena






me pones de buen humor