domingo, 25 de junio de 2023

Cierto magnetismo



y ahora que todas las mañanas del mundo

se posan en mi ventana

prefiero a la noche


sofocante

rutilante

consonante

rascando la herida que respira

sobre el borde imperfecto

de mi memoria


que me muestra los dientes

y afila su pelo

para transformarse en una mujer

hecha de tiempo

y misterio


hay cierto magnetismo

en la forma en la que me respondes siempre tarde

en tus dedos despeinando un libro

en tu boca jugando a la mancha 

con todos los rincones de mi cuerpo


pero no quiero 

mañana 

despertar en una cama

desvencijada y caminada 

por tantos otros corazones

tristes y olvidados


quiero la justicia poética

que nos permite una canción

dedicada en el momento justo

marcando el pulso perfecto

de lo que nadie vio venir


digo que hay cierto magnetismo

en tu manera de matar

en los vidrios que rompes a los gritos

en los besos que nos damos

cuando nadie más nos mira


somos esa luz roja encendida

de la tele ya apagada


miércoles, 13 de junio de 2018

I'm not here


(uno del año pasado, cuando llevé las riendas de un taller de escritura)



Supe, desde ese momento, que nada volvería a ser lo mismo. Y digo “desde ese momento” porque fue ahí que vi el fuego triste en sus ojos. Porque fue ahí que la noche dejó de animarse a ser noche para pasar a ser un cuervo malherido, pidiéndole a la muerte que por favor se la lleve bien lejos, bien adentro.
La habitación estaba llena de gente y el olor a cerveza era insoportable. Había un par de pibas borrachas en un rincón que jugaban a sacarse selfies mientras chapaban de mentira, cuando en realidad morían por desgarrarse los músculos en una cama en la habitación de al lado, pero no les daban los huevos. Porque el camino es sinuoso y porque el alcohol es una gran nube que trae consigo lluvia y malas decisiones. Las carcajadas tapaban el bombo furioso del drum n’ bass que dejaba de sonar para darle paso a una de Radiohead. “Eeeehhhh qué bajon” se escuchó desde el baño, pero nadie amagó a cambiar ni nada. El grito desconsolado de Yorke empapaba los vidrios y los ojos de mi amigo Cristian, que estaba tirado en un sofá. Su cara estaba apenas iluminada por la pantalla del celular. Puro scroll en WhatsApp, pura nostalgia de lo que ya no será. Pepa le había pedido un tiempo y el pibe estaba hecho un trapo. Escabiando como si se terminara el mundo, como si alguien de los Récord Guinness le estuviera llevando la cuenta de su maratónico dolor.

Frente a mí, el cuerpo desgarbado de Paulita, arrojado en una silla como un vestido que ya nadie va a querer usar.

Fireworks and hurricanes
I'm not here
This isn't happening
I'm not here, I'm not here...

La canción le hablaba a ella o ella nos hablaba a todos, realmente no lo sé. Lo único que sé, y en lo que vuelvo a insistir, es en que nada volvería a ser lo mismo. Paulita miró el celular, el mensaje peor, el alma hecha un bollo, sus ojos estallando en todas direcciones y lloviendo sin llover. Me miró y desde la punta de la habitación movió los labios para decirme lo que no queríamos saber: “se murió mi viejo, boludo”.

viernes, 25 de agosto de 2017

Animales de la noche




La luz del celular inunda la pieza y yo estoy borracho, de nuevo. Nunca el predictivo me soltó tanto la mano como hoy, NUNCA. Te juro que no estoy escribiendo otra vez en noruego. Te juro que estoy haciendo todo lo que puedo. Simplemente estoy borracho, pensando en vos. Cuando dije “recemos de nuevo” en realidad quería decirte algo así como “rajemos del mundo”. Sí. Rajemos del mundo, vos y yo. Por más loco e inoportuno que suene en este momento. Y no me estoy refiriendo a esa idea romántica que me afané de una canción de los Redondos, sino al “vos y yo”. Eso sí que es constante pintura fresca en las paredes de todo lo que recuerdo.
Quisiera que esta última birra de la noche y del mundo, sea con vos y con DeMarco. Respirando el mismo aire, soportando el mismo bochorno de vernos ebrios y extraños, tratando de despegar la boca con palabras lindas que siempre nos decimos. Quisiera que estemos sentados en una esquina, contemplando cómo un patrullero se prende fuego en cámara lenta. Que nos miremos de reojo. Que sonriamos en clave, de una manera hermosa y muy privada. Muy nuestra.
Me acuerdo de la vez que hablamos de un Top 10 de recitales. De las canciones que podrían formar parte de una playlist interminable sin saltear ni un solo tema. Un play y ya. Así. Como un tiro en medio de la noche. Al aire y porque sí. Me acuerdo que hablamos de lo que nos pincha y desarma, de todo eso que nos hace inmensamente felices. Hablamos del color que tienen nuestros recuerdos puertas adentro. En stereo y blanco y negro, mis postales preferidas:

Carter buscando la sonrisa cómplice de Dave en #41. Nuestro abrazo, beso y medalla en Ants Marching. El solo imposible a 2 guitarras de Mayer en Gravity. Los casi 5 minutos que mantuve apretado el botón para hacerte llegar una nota de voz con Wish You Were Here. Un Luna estallado mientras Mollo soplaba las velitas de su cumple número 60. Las, por lo menos, 15 pibas iguales a vos que vi mientras sonaba Shofukan en Niceto. Mi grito pelado y agónico del “pensando en vos siempre, siempre extrañándote” en Olavarría. El último D.I.E.T.R.I.C.H. al que te invité y no fuiste. Ese verso de Pez que es como el balcón de la que supo ser tu casa.

Mejor te dejo de escribir. Mejor dejo de caminar en círculos por mi casa mientras el “escribiendo…” se hace eterno y reverberante como una anaconda que crece en mi departamento y se traga los muebles, las palabras y mi dignidad.
Quisiera inventar un mecanismo para que lo mejor de mí te llegue de la manera más simple posible. Sin intermediarios. Sin porcentajes descontados. Sin burocracia ni figuritas repetidas. Sin predictivos haciendo bien su trabajo.
No sé bien qué es lo que te quería decir, pero ya ves que te estoy diciendo un montón. Con palabras mal escritas y borrachas, con puros cuervos de un pasado que no quiero soltar.
Ojalá la vida nos deje más frases para la remera y menos gilada por la que llorar.
Ojalá todo fuera tan fácil como la emoción, como andar en bici, como una canción de Él Mató.

En algo nos parecemos...
Somos animales de la noche. Heridos y solos, pidiendo atención y calor. Jugando al camuflaje, repletos de miedo.

Somos animales de la noche, aullándole a la luna en la pantalla de un celular.

martes, 3 de enero de 2017

Las pibas



me gustan
las pibas altas
de lentes
medio chicatas
las que cuando desnudan los ojos
los achinan a tal punto
de hacer la plancha con la mirada
las pibas rotas
que se levantan todas las mañanas
con moretones verdosos
casi olvidados
las que le ponen curitas
a los rincones
que algún pelotudo
no supo cuidar

me gustan las pibas
fumadoras
de lo legal y lo ilegal
las que sostienen el pucho
como invitándole
una pitada al viento
que le peina los pies
en pleno verano
mientras suena de fondo
una voz arrastrada
que obliga al mensaje
"me acordé de vos"

las que son torpes
y se llevan el mundo
y todos los muebles
puestos

las veggies
las raras
las divinas
las tatuadas
las que salvan animales y tipos como yo

me gustan las pibas
que toman decisiones
desde una calesita
a los pedos
y hacen malabares
con sus mambos
y con los besos
que no deberían dar

el bardo me gusta
el tuyo, en especial


martes, 20 de diciembre de 2016

¿Seguís ahí?






cuando te sepas todas sus fotos de memoria
las de perfil que arrastran años y peinados
las de Nueva York 2014 con el novio
las de un finde en el Tigre con amigas
cuando recites en voz alta
en la absoluta oscuridad de tu cuarto
cada una de las conversaciones que tuvieron por WhatsApp
y tu teléfono nuevo ya no guarda
cuando te sepas las mañas, los gestos, el tono de voz con el que te va a pedir pasar al baño
la manera en la que fuma y revolea los ojos
cómo acomoda el cuerpo cuando quiere decir algo importante
cuando un minuto sea un día y cada día sean meses
en un calendario que te consume y que te traga de a poquito
cuando vivir no es vivir, sino es esperar a que el otro se confunda
cuando ella agote todas las opciones de querer ser feliz en otro lado
y se dé cuenta de que todo ese tiempo perdido lleva tu nombre
cuando estés distraído, bien en otra
cuando estés masticando malasangre y bobadas
cuando las calles que camines retumben en el mapa de los dos
amenazando en cada esquina un encuentro, de pedo, por capricho o rabona del destino
cuando te alejes de todo
cuando decidas dar un paso al costado
cuando te tragues tu dolor
cuando tu sed se resigne
cuando por fin, el portazo


en ese preciso momento
cuando todo pensamiento ya no pasa por el ojal de una hoja Rivadavia
cuando ya no quede nada sino el fade out de lo que fue
ahí, en ese preciso momento
ella va a volver


va a volver arrepentida
llena de duda y belleza
ella va a volver apretando un pañuelo
con el rímel despatarrado
y la cara hecha un bardo
va a tocarte el timbre un domingo a las 3 de la tarde
(porque tiene que ser un domingo)
y vos vas a estar refugiado contra la pereza, la angustia y las ganas de morir
en tu cama, que ahora es una trinchera
donde el amor gana todas las pelotas aéreas
donde el amor es Martín Palermo
en su vuelta contra River después de los ligamentos
vos vas a estar agazapado contra el nubarrón
enredando tus piernas con las piernas de alguien más
que no te conoce ni en pedo
como sí te conoce ella


en ese puto momento
ella va a aparecer
brillando desde el pasado
queriendo que tu tiempo sea un fueguito
donde los dos van a acercar las manos


suena el timbre
el cuarto bosteza
se parte el mundo a la mitad
Netflix pregunta si seguís ahí



—¿hola?
—¿me abrís? soy yo...
—disculpá, ya dimos ropa



lunes, 11 de enero de 2016

Mayúsculas, emojis y magia








Ya pasó 1 mes desde que te escribí un mail que nunca te mandé –sí, hago esas cosas a veces-. Cuestión que me mira desde “Borradores” con un (sin asunto) que espera el retorno, el cierre, la estocada final. Desde ya te digo que ese mail nunca te lo voy a mandar, prefiero dejarte esta montaña de duda envuelta en un paquetito de papel invisible y volcánico. O quizás sí te lo mande, andá a saber. Tiene que ser alguna noche, borracha, mientras scrolleo infinitamente en nuestro chat de Facebook donde disparábamos mayúsculas, emojis y magia. Qué loco volver a leer todas esas cosas. Tirábamos manteca al techo, éramos el Diego haciendo jueguito con una de tenis, éramos todo este universo entero y a los pedos, en las palabras de dos locos manijas tomándose todo el tiempo del mundo. Vos no tenés idea del cachetazo que fuiste y que sos para mí. Sos este vientito lindo de verano en mi balcón, el que me peina los pies. Sos el abrazo que pido en silencio cada vez que me caigo, cada vez que me raspo, cada vez que no estás. El perro me huele todas las ganas de verte que tengo, sólo espero que no se le ocurra ponerse a ladrar a cualquier hora, delatando todo este deseo que guardo en frasquitos con tu nombre. Hay días que todo esto que me pasa se rasca la panza y hace un poquito la plancha. Pero hay días que el volumen está en 10, que la piel multiplica todos sus poros y que tu voz suena hasta en mi panza. También hay días que Juli. 

        —Ya pasó 1 mes. 
        —Sí, Juli. Ya sé. 
        —¿Te sigue inundando la cabeza? 
        —Sí, un montón. 
        —Me tenés cansada.



Hace unos días pasó lo más sin sentido que te puedas imaginar: Fausto me habló de vos sin saber quién carajo sos. Se entiende, ¿no? El corazón casi se me vuelca sobre el sillón y su remera nueva. Hubiera sido un verdadero enchastre. Se acercó una noche hasta mi regazo, reptando entre el silencio de la casa y un jazz viejo y apagado. Yo estaba leyendo esa novela que me recomendaste la vez que nos conocimos, la que en cada renglón inventa una manera nueva de traerte hasta mí, como sea, cuando sea. Levantó el celular frente a mis ojos y me dijo “me gustó mucho esto, lee”. Era un texto tuyo, congelado en la pantallita del celular. Sí, uno en el que hablás de Riquelme, de un galpón lleno de besos, de Dave Matthews Band en vivo, de mí. Era un PUTO texto tuyo y no tengo ni la más remota idea de cómo pudo haber llegado a sus manos. Imaginate mis ojos, mi pelo revuelto, mis manos como cascadas, mi panza como un telar de nervios y banquinazos. La lengua se me volvió una calle empedrada y el silencio infinito entre su pregunta y mi respuesta casi nos manda al descenso. “A ver…” dije tratando de parecer desinteresada y lo leí. Lo leí como si fuera la primera vez. Como si leerte se tratara de desteñir todas las remeras que tienen tu olor y las pisadas de tus manos. Te juro que lo leí como si masticara lentamente tu boca en un beso adentro mío, bajo el radar de lo obvio y peligroso. “Sí, es lindo…”, atiné a decir. Y en ese momento me sentí más desnuda y vulnerable que nunca. De repente estabas adentro de mi casa, en patas, abriendo la heladera sin permiso. Estabas ahí, acariciando el lomo del perro, mirándome directo a los ojos con esa mirada de siempre. Estabas entre nosotros, como un recuerdo viejo que no me entra en el puño cerrado. Tuve muchísimo miedo, quiero confesarlo. Tuve terror de pensarte un poquito de más y que se me note en la cara todo este quilombo de preguntas y nudos que me provocás. 

¿Por qué te escribo este mail? La verdad que no tengo idea. ¿Por qué no puedo soltarte bajo ningún punto de vista? Quizás porque siento muy dentro mío que alguna vez voy a dejar de escribirte mails para, de una buena vez por todas, agarrarte la mano y decirte día a día todo esto que me quema. Todo esto que me camina encima, que me deja huella, que me marca el cuero y los tatuajes. Porque confío en que un día de estos voy a dejar de dar vueltas sobre mis propios pies, para poder acompañar los tuyos. Pero ya sabés, me muero de miedo. No te lo digo, pero lo sabés. Te lo dicen mis ojos, mis notas de voz cada vez que intento ordenar mis ideas. Te lo dice mi boca que se tropieza sobre la tuya cada vez que nos vemos. Te lo dice todo este cuerpo grande y acomodado a golpes que se desmorona cuando me tocan tus manos. Yo ya no sé qué hacer con vos, posta. Me cansé de buscar explicaciones. Me cansé de tratar de entender todo este sismo, este ritmo contagioso, este imán imposible de cosas imposibles. Quiero colgarme de tu balcón para que me hables de París, TU París. Que me cuentes de las imbéciles que te rompieron el corazón, de las calles que guardan tus historias. Eso quiero: escucharte hasta el hartazgo, que se haga de día cada noche, incansablemente. Te juro que busqué razones para olvidarte, para enojarme, para pensar que sos un pelotudo y chau. No encontré nada, no tiene caso. Estás ahí titilando cada vez más fuerte y me obligás a inundarme la cara con esta luz blanca que escupe la pantalla mientras sigo tipeando este mail que no sé cuándo voy a terminar. Son las 4 de la mañana y mi casa es un ronquido que ya me sé de memoria. Me doy cuenta de que necesito la sorpresa. Necesito el descubrimiento diario en mi vida. Que cada día me digas una palabra nueva y que la anotemos en una especie de glosario que inventamos. Que me cuentes una historia nueva entre mates y sábanas, que me prometas que cada día va a ser mejor que el anterior, pero más flojito que el que sigue. Necesito amigarme un poco conmigo y aceptar que puedo estar equivocada. Como me dice Juli: “Boluda, aceptá lo que te pasa, abrazalo fuerte. Es la única manera de hacer las paces con todo eso que ya no te va a tapar por la noches”. 

El otro día tuve un sueño rarísimo que te quiero contar. Resulta que estaba caminando por mi barrio, paseando al perro. Tenía puesto el vestidito de la suerte, ese que es un estornudo de colores y combina con todas las birras del mundo, sabés de cuál te hablo. Y en eso, pum, te veo. Ibas con tu caminar cansado, mirando para cualquier lado. Entonces corrí hasta vos y tus ojos se agrandaron tanto que casi me caigo de cabeza con perro y todo adentro tuyo. Nunca te vi tan sorprendido, fue raro. Me acuerdo que caminamos un montón, que hablamos sin parar hasta que se nos aflojaron las piernas. Estabas radiante, lindo como nunca y un poco incómodo. La boca se te derretía de los nervios y te la acomodabas con la mano, disimuladamente. Anoté ese gesto junto al de cómo te agarrás la cara cuando pensás y al de cómo me mirás de reojo con picardía mientras fumo. En un momento llegamos hasta la arbolada de la calle Tamborini, donde descansan las cotorras durante el verano. Ahí empezó el quilombo. Una especie de remolino descendió en ese momento desde el cielo y el griterío de las cotorras de repente se mezcló con todos los goles del Poli, con la Avenida Crámer que me da mucho miedo para andar en bici, con todos los clones que tenés dando vueltas y no paro de ver cada vez que salgo a la calle. También con un vino tinto (o quizás tres), con ese sillón ideal para la siesta, con una dedicatoria que me dejaste en un libro. Con una terraza, con el atado de puchos que dejé en tu casa, con una entrada de un reci al que no fui. Se mezcló con “Mirrors” mientras me saco el vestido y te digo las cosas que te digo. Nos abrazamos fuerte y te juro que de la nada hubo silencio, como un blanco absoluto. Sólo sentí tu respiración en mi cuello y ahí fue que me di cuenta de que todo esto que vengo escribiendo, pateando, atajando y sintiendo, realmente está vivo. Ahí te sentí más claro y cerca que nunca. En ese abrazo sentí que no te quería soltar nunca más. ¿Sabés lo que es sentir eso? ¿Sabés lo que es despertarse llorando y temblando, cruzando los dedos para que todo eso fuera real? Yo te quiero para mí, aunque todavía no lo sepa. Yo te quiero entre mis cosas, escondiéndome las llaves cuando tengo que salir y me obligás a quedarme en la cama un ratito de más.

El perro acaba de saltar sobre la cama pidiendo paseo mientras el cuerpo se me vuelve un nudo marinero de amor, qué oportuno. Me apuro a salir, a prender un pucho y bucear en el cemento. Te quiero ahí de nuevo, pero esta vez despiertos. Son las 4 y pico de la mañana y mi hermano me acaba de dar la peor noticia: se murió Bowie. Estoy destrozada, no puedo escribir más. Necesito un abrazo tuyo más que nunca.




Te dejo un beso. 
Te lo doy en un rato. 



*Asunto: Mayúsculas, emojis y magia*


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jueves, 10 de diciembre de 2015

Las trenzas








El otro día me pasó algo totalmente idiota y hermoso que tiene que ver con vos, pero no te lo pude decir en el momento porque tengo “la mano prohibida”, como los boxeadores. Hoy, después de pasar dos semanas en una isla de confusión y nubarrón mental, puedo retomar este mail. Hoy por fin paso de esa primera oración que agitaba en el aire otro de esos movimientos ocultos que pactás con el universo para pegarme piñitas en las costillas y joderme con amor. Sabés que sufro mucho la página en blanco, le escapo. Me mata de ansiedad el cursor titilando, es como un segundero que me pisa los talones y si bien no tiene sonido, te juro que lo escucho, te juro que retumba un montón como si fuera un bombo en negras al ladito de mi compu. Es como cuando te veo conectado, abro tu chat pero no te escribo. El cursor siempre marcando la agonía, pidiéndome a los gritos, “escribí, no seas cagona”. Es una escena que se repite hasta el hartazgo, quizás porque tengo la ilusión de estar en ese momento parada en tu ventanita titilando y ver tu “escribiendo…” de golpe. El corazón siempre me da un vuelco cuando de la nada me escribís. Cuando lo hacés sin saludarme, pateando la puerta, como retomando una vieja conversación o haciendo de cuenta que ya venimos hablando durante todo el día. Le sonrío a la pantalla esperando que la tuya te devuelva mi sonrisa. Me emociono como mi perro, cuando después de un día fuera de casa por trámites y favores a mamá, me ataca en el sillón a puro beso y mechones de pelo. Por momentos pienso en lo terrible de todo esto y me acuerdo de la vez que se lo terminé contando a Juli. Ella es callada, pero tiene la palabra justa para todo. Además, me saca la ficha al toque.

Juli, lo que me pasa es que…
No me digas nada. ¿Te vas a dormir pensando en él?
Sí.
Ok.

Sigo este mail desde la cama, tipeando desaforada, pensándote bien bajito justo antes de dormir, como me dijo Juli. Fausto duerme al lado mío y ronca un montón. Su ronquido me ayuda a tapar todo esto que siento y te escribo para poder esconderlo bajo la alfombra. No te conté, pero el finde pasado se casó Maia, una muy amiga mía. No sé si alguna vez te lo dije, pero no creo mucho en el matrimonio. Bah, no creo mucho en esa necesidad de etiqueta o casillero obligado por el que las parejas sienten que alguna vez tienen que pasar. Sí creo en las cosas que me enseñaron de chica, en las canciones que me cantaba mi mamá. Creo en las manos de mi abuela, en las navidades en familia y a los gritos, en la gente que te abraza fuerte y te mira a los ojos cuando te dice algo importante. Creo en tu mano acariciando mi panza, como dibujando el mapa de trenzas y calles que va eligiendo nuestra historia. Esta que escribimos a diario, callados, de lejos, vos allá, yo acá. Peleándole la pulseada al mundo y a todos los relojes con pilas que nos apuran. Te estaba hablando del casamiento de Maia, perdón. Colgué. Me emocioné, lloré, me reí, me emborraché. Pensé en vos en más de un momento, ¿sabés? Te imaginé conmigo ahí, rodeados de verde y paz. Pensé en lo lindo que sería que nos alejemos por 5 minutos del tumulto del baile y el griterío, que veamos cómo cae el sol detrás de la arbolada, que el murmullo de la fiesta se arrastre hasta nuestras sillitas como olas cansadas. Pensé en la forma que le daríamos al mundo mientras congelábamos en una foto ese momento para siempre.

Voy a confesarlo: a veces tengo la esperanza de cruzarte en la bicisenda. Vos yendo para el barrio, yo yendo hacia vos, manoteando a oscuras. Juro que puedo verte venir de lejos, haciendo air drumming con “Nene de antes”, sonriendo porque la vuelta a casa justo fue con solcito y un poco de calor. Y quiero cruzarte justo ahí, cerquita de Melián. Que los dos nos miremos con sorpresa, que nos riamos por lo gracioso de nuestros cascos y por lo estúpido y perfecto de coincidir ahí, a pasitos de una birra bajo el techo de árboles de esa avenida que amo. Que hablemos de lo mucho que nos gustamos, que nos miremos a los ojos y sepamos que está todo bien (me gusta mucho gustarte mucho porque termino gustándome un poco más a mí misma). Porque revivo un poco cuando te veo y toda la maraña que llevo en la cabeza baja por un ratito al piso para poder hacer pie y abrazar todo lo real. Porque los abrazos con vos son como una mañana de sol en el campo, con los pies descalzos sobre el pasto. A la altura de Sucre, una cuadra más adentro, hay un paredón verde, vivo y natural que cubre toda la calle Enrique Martínez. Cuando era chica pensaba que esa calle era por algún actor famoso… decime que Enrique Martínez no te suena a protagonista de telenovela vieja, dale. Y ya que estamos, creo fervientemente que Enrique estaría muy orgulloso de saber que nos tomamos una re birra en su calle, mientras te cuento muy entusiasmada que toda esta enredadera que se come mis ojos y la pared, en realidad se llama “enamorada del muro”. Y ya te veo, abriendo la boca en cámara lenta, como aprendiendo algo nuevo, aunque ya lo sabías. Porque vos sos así, no me querés matar la sorpresa. No querés spoilearme el gesto obvio, la palabra inevitable. Querés que todo sea increíble todo el tiempo, ¿y cómo no lo vas a lograr si me tenés pelotuda hace rato, vomitando este mail hace semanas sobre campo minado y lleno de ronquidos? Me recogí el pelo de una manera distinta porque lo tengo mucho más largo que cuando me conociste. De eso te diste cuenta. Me decís que los vestidos me quedan como a nadie y te creo. Hoy mi perfume es más intenso que siempre, porque sabe que te vuelvo a ver. Lo digo en voz alta, quiero un calendar para llenarlo de días con vos. Llenarlo de comidas que cocinamos juntos, de siestas con lluvia, de series en Netflix, de meriendas al sol, de birras por la calle o en el balcón. De paseos en bici y escapadas espontáneas, de risas en el cine, de cumpleaños de amigos, de fiestas borrachas en terrazas, de noches de verano con el vientito lindo y fresco que me acaricia las piernas mientras entrecerrás los ojos por el humo de mi cigarrillo.

Nadie me ve como vos me ves. Nadie me abraza con tus palabras, con tus detalles, con tus putas canciones que suenan en cualquier lado, todo el tiempo. Ni Fausto, que ahora es un extra en todo esto, que abre la heladera mientras se rasca la panza, que piensa en que todo está como siempre, en su lugar. Ni él registra todo este bardo que me ecualiza la cara y que se para en nuestra cama y grita como un nene pasado de rosca mientras él sigue durmiendo y roncando. Quiero decirte que no me puedo ir a dormir sin pensar en cómo fue tu día, sin saber si encontraste alguna canción nueva para mostrarme o si abriste mi ventanita y vos también te colgaste ahí, esperando la sorpresa, hipnotizado por el cursor que titila. Sabés que nosotras, las chicas, no tenemos que irnos a dormir con el pelo mojado o atado. Sabés que al otro día es un quilombo, un lodazal de puras tragedias. Quiero que sepas que yo no pienso deshacer todas estas trenzas cuando me ataca el sueño. No pienso desdibujarte ni taparte con risas de siempre, a las que ya estoy acostumbrada. No puedo desatar todo esto que me pasa con vos. Tampoco quiero.

Hace unos días me la crucé a Juli de nuevo. Me pinchó con su sabiduría.
¿Te hace sentir linda?
—Sí.
—No lo dejes ir.




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